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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9786070773167
Editorial: Planeta México
El racismo en México ha sido, por largos años, un asunto difícil de reconocer. Raramente se logra tener una discusión sobre el tema porque su sola mención incomoda.
En este libro, el autor busca identificar dónde se aloja ese racismo para tratar de erradicarlo, porque aunque tú pienses que no eres racista, en mayor o menor medida todos lo somos.
Quizá, la primera pregunta que se tiene que hacer cuando se habla del tema es: “¿Qué es el racismo?”. Y a continuación la respuesta debe ser: Las razas no existen.
Olivia Gall, una de las mayores expertas en racismo en México, menciona que ciertas características físicas no resultan significativas como para caracterizar a las personas como negras, blancas, asiáticas o amerindias, por mencionar algunas de las supuestas “razas”.
En realidad, solo existe la idea de que hay razas, y esa idea ha sido utilizada como excusa para diferenciar a las personas y justificar el rechazo con base en el color de piel.
El primer paso para resolver el problema del racismo es reconocer que todos somos racistas en alguna medida. Quizá te encuentres identificado con alguna de estas categorías:
En México, el racismo es difícil de ubicar, a diferencia de otras latitudes, ya que se basa en una “escala cromática” sustentada en una jerarquía donde el grado de coloración de la piel, con la tonalidad blanca en un extremo y la moreno oscura en el otro, determina quién es quién.
El racismo en el país es uno en el que el valor de las personas tiene que ver con la cantidad de melanina en su epidermis, y con la mayor o menor presencia de rasgos considerados mesoamericanos o amerindios.
El mito del mestizaje a partir de la combinación de españoles con indios ha sido responsable de transmitir la falsa idea de que México es una sociedad uniforme.
El racismo y el clasismo son cosas distintas, y en México siempre ha resultado más sencillo reconocer la existencia del último. Es más probable, e incluso más fácil, que una persona se confiese clasista en lugar de que acepte ser racista.
Es común escuchar que el problema más grande en México es el clasismo y no el racismo. La distinción entre estos dos términos es mucho más tenue que lo que se quiere ver y admitir, y se podría afirmar que la mayoría de las veces el clasismo es una forma oculta de racismo.
Basta con ver quiénes son los pobres en el país y cuál es su tono de piel.
El contexto en el que vive una parte de nuestras élites blancas las hace crecer con enormes delirios de grandeza: tienen la percepción de ser más poderosos que los demás, más ricos, más atractivos, más sofisticados, más cool y hasta más inteligentes.
La idea de que sangre europea corre por sus venas forma parte de su orgullo y de su sensación de superioridad.
Tanto lo indígena como lo mestizo suele ser rechazado por igual, y las élites a menudo se refieren a la clase media baja como “la indiada” o “la naquiza”.
La blanquitud no es necesariamente un color de piel, o una característica física, es sobre todo una posición de privilegio y poder.
La familia es el primer círculo social en el que se aprende a discriminar. Incluso hoy se pueden ver familias que buscan resaltar la blanquitud de alguno de sus hijos.
Se utilizan términos para referirse a los propios hijos como “este me salió negrito” o “mira a mi güero”, sin darse cuenta de que, desde ese momento, se está marcando una diferencia.
Por otro lado, la escuela suele marcar estas diferencias. Una persona de piel morena sufre discriminación cuando quiere ser parte de un colegio privado porque de inmediato se le atribuye escasez de recursos o pobreza por su color de piel.
Los parámetros de belleza en México se basan en gran medida en mantener distancia con la apariencia indígena y acercarse lo más posible al ideal de blanquitud.
Para millones de personas en el país, ser bonito o bonita es sinónimo de ser caucásico, alto, de tez clara, rasgos finos y cabello rubio. Mientras tanto, ser feo es lo mismo que tener un tono de piel que tiende a oscuro y rasgos considerados indígenas o afrodescendientes.
La asociación automática entre ser blanco y bello es tan común que a veces no se es consciente de ello; es parte la formación estética y de la educación sentimental con la que se ha crecido.
Muchas mujeres se someten diariamente a estrictos procedimientos para blanquear su piel o su cabello, pues consideran que los hombres las prefieren así.
La publicidad en México no muestra a personas morenas, porque se considera que únicamente los rasgos blancos occidentales pueden asociarse al éxito, la fama, al estatus social o la belleza.
En México, la mayoría prefiere convertirse en el típico “güero” (persona rubia o de piel blanca) antes que ser morenos, y todo publicista capta esa dirección aspiracional.
En la mayoría de los comerciales, películas o en las populares telenovelas, los protagonistas tienen la piel blanca, mientras que los personajes asociados a la pobreza son personas morenas.
En la multipremiada película “Roma”, el director Alfonso Cuarón hace un retrato de su propia infancia y de su relación con la “muchacha”, término que se utiliza para designar a las personas, en su mayoría mujeres, encargadas del aseo de la casa y el cuidado de los niños.
El cineasta quiso dar a conocer la importancia de las empleadas domésticas en las familias mexicanas, exhibiendo a su vez el grado de sumisión al que se ven expuestas las trabajadoras, en su mayoría de ascendencia indígena.
Los medios de comunicación son mayoritariamente propiedad de hombres blancos. Rara vez se puede ver a una persona considerada indígena o afroamericana emitir opiniones de forma regular en algún programa de televisión.
Más allá del tono de piel, el problema es que la visión de mundo, la perspectiva de la realidad, las preocupaciones y los intereses de nuestros medios representan los de la minoría blanca.
Los medios de comunicación más importantes han reproducido y difundido históricamente discursos racistas mediante la invisibilización y la infantilización como formas de negar legitimidad, protagonismo o reconocimiento a las luchas de las minorías discriminadas.
En ese sentido, el gobierno debería ser más exigente frente a aquellos medios que reciben algún tipo de subsidio, patrocinio o publicidad oficial para evitar premiar a quienes promueven estas prácticas.
Nuestras actitudes hacia la migración han estado por años contaminadas de racismo.
Durante los siglos XIX y XX, el gobierno se enfocó en no permitir que los inmigrantes ingresaran al país para impedir que se integraran a una nación mestiza y así evitar la mezcla “racial”.
Según una investigación hecha por la Universidad Autónoma de México, el sentimiento de rechazo ha crecido con los años.
Casi cinco de cada diez mexicanos creen que los inmigrantes les quitan el empleo a los nativos, cuatro de cada diez creen que la inmigración debilita las costumbres y las tradiciones, y tres de cada diez creen que su llegada genera inseguridad. ¿Qué de esto es verdad y según quién?
Hoy en día, en México es normal darles de comer sobras a los empleados domésticos. Los trabajadores del hogar son uno de los sectores más discriminados en el país. La mayoría ingresa a trabajar aún siendo menores de edad y perciben un sueldo menor que el salario mínimo.
La mayoría de los patrones cree que los trabajadores son seres sumisos, sin ambición, y cuando se atreven a exigir un trato digno y mejores condiciones laborales son vistos como ingratos e insolentes.
En este caso, el racismo radica en no ver, en no cuestionar y en aceptar como algo natural que este sector se encuentre desprovisto de sus derechos más elementales, considerando que “están hechos” para ese tipo de trabajo.
Los trabajadores son vistos como una mascota o un objeto propiedad de sus empleadores.
Desde tiempos coloniales, la élite estuvo desproporcionadamente conformada por blancos europeos. El hecho de que el actual presidente de México proceda de un sector diferente al habitual ha generado un gran revuelo social.
“Pejefobia” es el término utilizado para definir el rechazo a la posibilidad de que una persona de origen humilde ocupe o pretenda a ocupar un espacio de poder que se considera privilegio de la élite.
Por lo general, el racismo se vive de manera silenciosa, oculta y soterrada. Más que percibirse como un problema general, tiende a considerarse un asunto personal que involucra a individuos de forma aislada, no a la sociedad en conjunto.
El racismo es un fenómeno que no vemos ni notamos, y cuando alguien nos lo hace ver, nos ofendemos y nos enojamos. Lo más cómodo es creer que el racismo es problema de otros, cuando la realidad es que comienza con uno mismo.
Todos tenemos la obligación de combatir el racismo y evitar que se haga más grande de lo que ya es.
México no ha dejado de ser un país racista. Es necesario aceptar que se vive en una sociedad que discrimina constantemente a las personas por su tono de piel, por sus rasgos físicos o por su etnicidad.
El racismo es demasiado fuerte para dejarlo solo en manos del gobierno, hay que poner manos a la obra y comenzar a erradicarlo partiendo de uno mismo.
Si te quedaste con ganas de saber más sobre México, “Había una vez mexicanas que hicieron historia”, de Pedro J. Fernández, te mostrará un aspecto quizás poco conocido de la historia del país.
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Analista político especializado en América Latina. Sus trabajos como conductor del programa “La Octava” y columnis... (Lea mas)
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